Amazonia -Perú-
Mucho antes de que fuera descubierto, en 1542, el Amazonas ya fluía. E inspiraba un respeto sobrenatural, provocando asombros y ensoñaciones, terrores fantásticos y sus parábolas. Luego fue el río Mar de los conquistadores el que despertó a codicia del caucho en el siglo XIX e inventó enclaves de lujos increíbles como Manaos de Brasil e Iquitos en Perú, y el que hizo realidad una fábula, porque para don Orellana, las guerras con las que tuvo que vérselas a medida que navegaba el Amazonas hacia su desembocadura no eran sino las temibles de la mitología griega. Es probable que las amazonas jamás hayan existido, pero que las hay, las hay. Iquito es un latido urbano y tiene, sin serlo, condiciones de isla. A esta ciudad, la más importante del Perú, se accede solo por aire o por agua y la única carretera existente (asfaltada solo hace 5 años) la vincula con la localidad de Nauta, a 100 Km. de distancia.
Este preámbulo de la selva todavía a resguardo del turismo masivo, se propone como un destino de transición en el camino a una realidad amazónica más pura, más ecológica si se quiere. Como contrapartida, la oferta hotelera es aun escasa y un tanto anacrónica, en las cercanías hay unos cuantos lodges de selva que prometen experiencias inolvidables, pero la mayoría ofrece un servicio demasiado básico por los que cobra y los realmente económicos es mejor eludirlos.
La otra es anotarse a un crucero de varios días, combinando buena vida a bordo con salidas guiadas para la observación de la flora y fauna. El emprendimiento es exclusivamente de Aqua Expeditions, flamante empresa que opera en el corazón de la Amazonia, el itinerario propone navegar los ríos Marañon y Ucayali, perímetros de la gran reserva natural de Pacaya Samiria que abarca 2.080.000 hectáreas, y las actividades se basan en aproximaciones a la selva, ya sea navegando o haciendo trekking. En verano, época de vaciante que va de abril a septiembre, las salidas contemplan más caminatas y visitas a comunidades que navegaciones. En invierno, época de creciente (de octubre a marzo) es al revés, el agua alta permite adentrarse más profundamente en el hábitat amazónico.
Amazonia -Perú-
Un amazones equivale a cinco Congos y a diez Mississippis, informa el guía, en el camino que va de Iquitos a Nauta.
Son 220.000 metros cúbicos por segundo de agua dulce tributada al Atlántico y a 7.062 Km. de semejante correntada traza desde Quihuisha (Arequipa) hasta Belem do Pará en Brasil. Este río descomunal que atraviesa el continente americano de oeste a este, lleva, agua blanca y agua negra. Turbia la primera, igual que la del Nilo, igual que la del Delta del Paraná y traslucida la segunda, cuyo oscuro color se debe a la putrefacción de la materia orgánica de origen vegetal que permanece en suspensión y al tanino que liberan las hojas y troncos.
De noche llegamos a Nauta, pueblito cuyo nombre le viene del termino “mauta” (celdero) según malinterpretaron los jesuitas al llegar aquí, que relacionaron la fonética indígena con el carácter orillero de sus gentes. Vamos directo al embarcadero y montamos en el “auxiliar” (bote ultra cómodo con firmes asientos de madera y respaldar) que no llevara directo a lo que será nuestra residencia flotante en los próximos cuatro días.
Reluciente y generosos de dimensiones, el barco reserva para sus huéspedes un despliegue de confort y buena atención que solo se hacen evidentes una vez a bordo. Una decoración neutra domina en todos los ámbitos. Los 22 metros cuadrados de los camarotes reservan el privilegio de la inmensa ventana de cuatro metros de largo, un ancho que va del techo al piso y nada que se interponga entre el pasajero y el paisaje, solo las cortinas claras. Otro lujito es el baño, con coqueto antebaño y ducha separada con una abundancia de agua.
Sumémosle un eficaz aire acondicionado, cama súper ancha y edredón enorme, y todos los demás detalles que ayudan a crear un clima de absoluto bienestar, el mismo que también se vive en las áreas comunes. Un luminoso comedor, el área relax con amplias reposeras en cubierta, junto al bar. Los tripulantes suman 20 y la capacidad es de hasta 24 adultos, incluso hay una par de camarotes que se pueden conectar para una familia con hijos.
El chef del restaurante limeño Malabar, es el ideólogo de la carta del Acqua. En los platos se lucen insumos amazónicos, en una fusión inevitable de preceptos italos-mediterráneos y peruanos. Por ejemplo, la doncella es un recurso habitual de su abundancia y suave expresión gustativa. Al mediodía hay self service de propuestas ligeras y frescas que cambian a diario y por la noche se come a la carta. Antes de la cena, los guías invitan a una breve reunión en el bar para contar, carta mediante, que fue lo que se hizo ese día y que se programa realizar el día siguiente.
Amazonia -Perú-
Al amanecer el paisaje se instala en el camarote. La costa revela los embates de la tala masiva que alguna vez aconteció, ahora se ve el tupido sotobosque remanente, ahora una apretada selva de arboledas grandiosas, con alturas rectilíneas que sobrepasan los 30 metros.
El desayuno se sirve a las 7:30. Mientras se desayuna el Aqua va deslizándose por el Ucayali, que en lengua aborigen significa romper canoas. Después, a los botes, rumbo al Yanallpa, un afluente del Ucayali.
La correntada es fuerte pero pareja, se ven pasar jangadas de troncos exagerados y hombres en canoas yendo a remos o a motor junto a la orilla. Grandes islotes verdes en medio del cauce rompen la monotonía del río ancho. El agua está empezando a bajar, una gran bandada de cigüeñas anuncia con sui vuelo que el invierno ha finalizado y con él, las lluvias.
Hay alegría entre la tripulación, porque la suya refleja la de los lugareños, que sacaran provecho de la bonanza que ahora traerá el verano, medida que el agua baja, la pesca será más variada y numerosa, las aves acuáticas tendrán mas alimento, los pasos de los animales salvajes volverán a dejar huellas en los senderos umbríos, mezclados con los de los pobladores. Es el preludio de la caza y de la pesca, es riqueza por venir.
Ojos y cámaras capturan el vuelo del martín pescador, un mono negro y otro rubio y otros dos jabirues, una pareja de grandes iguanas, un pájaro negro con pecho colorado pariente del quetzal y otro de pico rojo.
Vuelta al barco, almuerzo y siesta. A la tarde, de nuevo a los botes, ya a navegar por el río Dorado. En la boca nos espera una coreografía de delfines rosados, otra vez a observar monitos y criaturas aladas, una bandada de papagayos colorados le devuelven la fe al guía, que se sentía atribulado porque no habíamos logrado verlos por la mañana.
El atardecer con la luna creciente se distrae en las ramas de una ceiba, árbol al que suelen mentar ceibo o punga. Llegando a la laguna Dorado, navegamos sobre espesos camalotes, moviendo tapices interminables de repollitos de agua y plantas diversas que a simple vista devuelven durante el día la apariencia de una vasta pampa fértil. Ya en el río Sapote se ven caimanes pequeños.