Arquitectura olímpica
China se prepara para abrir las puertas al mundo, en agosto será sede de los juegos Olímpicos. Su capital Beijing es hoy en día una ciudad en construcción, que trata de reciclar su pasado y apuntar a un futuro distinto
Aterrizar en Beijing (más conocido como Pekín su antiguo nombre) es disponerse a librar una batalla entre las ideas preconcebidas y la realidad. Un duelo de los viejos estereotipos cultivados durante años, con el sorprendente presente de una ciudad que aunque milenaria, esconde su antiguo esplendor imperial en medio de autopistas, hormigón y desalmadas avenidas.
Los policías del control fronterizo revisan pasaportes y ponen sellos frente a la foto de Mao. Hieráticos y amenazantes. Como mandan los cánones en un país habituado a tenerlo todo bajo control. A poco metros, los anuncios de las multinacionales que ponen la chispa de la vida en el mundo occidental, dan fe de cuánto se acercan ya los chinos a los que un día llamaron “contaminación cultural”.
En este esquizofrénico proceso de cambio, Beijing se encuentra sumergida en una vorágine urbanística en la que los edificios, las calles y las nuevas joyas arquitectónicas parecen casi de la noche a la mañana. Toda la maquinaria laboral china (y eso es mucho decir) funciona a pleno rendimiento con el objetivo puesto en la fecha: 8/8/8 (ocho de agosto del 2008), cabe destacar que el 8 es allí un número de la suerte. Una oportunidad única de mostrar al mundo una imagen moderna y saludable con la que este país de precarias libertades y férrea vigilancia ideologiaza no había nunca podido ni soñar hace pocos años.
En los últimos años (antes incluso del 2001) cuando fue designada sede Olímpica, la ciudad se ha convertido en un paraíso para los arquitectos, donde casi cualquier cosa es posible. Algo parecido a lo que sucedió tras la caída del muro en la berlinesa Postdamer Platz, pero a lo grande –con sus 18 millones de habitantes, aquí todo es de una escala inalcanzable para nuestros estándares-. Una economía que crece con ritmo fe vértigo, un ávido deseo de cambio y una legislación a merced de quien mejor pague, esos son algunas de las razones.
La construcción olímpica estrella, el magnifico Estadio Olímpico, se encuentra ya prácticamente lista. Una obra de los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, conocida popularmente como Nido de pájaro por su entramado de ramas metálicas, que dará cobijo a 90.000 espectadores. Los chinos, haciendo honor a su fama, han estado trabajando en jornada de 24 horas durante meses, hasta el punto de adelantarse a los plazos previstos para su finalización. Tanto es así, que el tradicional temor a que las obras no estuviesen terminadas a tiempo se ha convertido esta vez en la preocupación de que el día de la inauguración ya no luzcan el brillo de lo nuevo.
A su lado el Centro Acuático Nacional creado por la firma australiana FTW será la sede de las competencias de natación. Una extravagancia sobre la base de mullidas burbujas azules, que le da el aspecto de una delicadeza embalada con plástico acolchonado para evitar que se rompa. El Parque Olímpico, al norte de la ciudad, un área hermosamente ajardinada y decorada con lagos, fosos y riachuelos, donde aseguran que la tórrida temperatura del verano pekinés descenderá unos cuatro grados.
Hasta no hace mucho tiempo, este lugar lo ocupaba una degradada barriada de rascacielos, donde las sacrificadas familias trabajadores se hacinaban en espacios minúsculos. Hoy sus departamentos, al gusto de las nuevas y occentalizadas clases medias, conforman uno de los barrios más exclusivos de a capital. Por el camino han quedado expropiaciones masivas, precios que llegaron a duplicarse en un año y todo tipo de prácticas especulativas dispuestas a exprimir al máximo el metro cuadrado.
En el horizonte de grúas que tiene hoy la periferia de Beijing, es habitual ver un enorme carácter mandarin trazado con pintura blanca en lo alto de los edificios. Con esta brutal metamorfosis no es de extrañar que China absorba cada año la mitad de la producción mundial de hormigón. Buena parte de ella ha ido a parar a la nueva terminal del aeropuerto pekinés, que quedara unida al centro de la ciudad por un tren elevador. Una obra colosal en manos del británico Norman Foster, que es ya el edificio más grande del mundo. Será la puerta de entrada para cerca de 50 millones de personas cada año y se calcula que solo en los quince días que duraran los juegos Olímpicos, 1.8 millones pasaran por la urbe. Una avalancha para que sus habitantes se preparan a marcha forzada.
Otra obra espectacular que se inaugurará junto con los Juegos Olímpicos es la sede de la CTV, la televisión nacional de China. Uno de los arquitectos más solicitados y atrevidos del mundo, el holandés Rem Koolhaas se encarga de construir este trapecio de equilibrios imposibles. Mientras, la iraqui Zaha Hadid trabaja en el trazado del Soho City, un proyecto urbanístico en la más vibrante zona comercial y de negocios, en el centro de la ciudad y cercano a dos torres llamadas World Trade Center, se asemeja más a Maniatan que a esa idílica imagen a la que nos tiene acostumbrados el cine chino.
Pero, a pesar de que Beijing se ha convertido en los últimos años en centro de operaciones de numerosas empresas europeas, sus ciudadanos se encuentran todavía lejos de estar acostumbrados a la vorágine de extranjeros que los espera.
Más que complicada resulta la comunicación. Difícilmente salvo en los grandes hoteles y en los restaurantes habituados a trabajar con ejecutivo de extranjeros, se encuentra a alguien que hable ingles.
Hasta el comienzo de los Juegos Olímpicos, un reloj cuenta en la Plaza de Tiananmen los días, las horas, minutos y segundos que faltan para que comience el mayor evento deportivo y mediático del planeta.