¿Quién iba a decir que el que fuera a Sevilla para asistir a una lectura de poemas de Joaquín Sabina y Benjamín Prado en la feria del libro también fuera a tener una experiencia turística en la misma ciudad? Ni siquiera yo me lo imaginé. Pero a las tres de la tarde la Feria del Libro cerró sus puertas y nos quedamos, coloquialmente hablando, tirados en la calle sin saber qué hacer, ya que la lectura de poemas era a las seis de la tarde y nos quedaban tres largas horas de calor. Suerte que Sevilla es una ciudad ejemplar para ver monumentos y se nos ocurrió a mi amigo y a mí dar un paseo para contemplar las grandes fachadas de la ciudad.
En primer lugar, la fachada del ayuntamiento era tal y como la habían pintado en el libro de Historia del Arte de segundo de Bachillerato. Barroca, y por ello, sobrecargada de adornos y perfecciones, con las mismas tallas en todas las columnas. Una impresión fascinante la primera imagen que vimos.
Segundo. Anduvimos por las calles de la ciudad pasando calor y echando mano de la botella de agua fresca –que cada vez era menos fresca, asemejándose a un caldito de puchero– hasta toparnos de cara con una de las puertas de la catedral. No fue tan grande la impresión como la que me había dado la fachada del ayuntamiento, pero seguimos hacia delante, ya que habíamos previsto la Giralda por encima de las casas que íbamos dejando atrás durante nuestra travesía. De modo que fuimos rodeando la catedral y nos encontramos de cara con la gran Giralda, que era más grande de lo que yo me imaginaba y tuve que subir en gran cantidad la cabeza en cuanto me vi a los pies del monumento.
Tercero. Contemplamos la Giralda durante largo rato y nos hicimos fotos. Después continuamos rodeando la catedral hasta llegar a lo que ni mi amigo ni yo nos esperábamos que fuera así: la portada. La portada más bonita que he visto en mi vida, la más grande también. Eso sí que fue una gigantesca impresión, mayor que las anteriores y mayor, incluso, que las que tendríamos después. Otras fotos correspondieron a la fachada de la misma.
Cuarto. Un pequeño tramo de caminata nos siguió después de la catedral y nos encontramos con otra de las reliquias de Sevilla: la Torre del Oro. Ésa no fue tanta impresión como lo había sido la Giralda, pues al ver ésta, me imaginaba aquélla con una altura semejante. Estaba equivocado, pero aun así quedé fascinado. La Torre del Oro es más bien pequeña, pero tan cargada de arte como lo demás.
Por último, había varios monumentos que también me parecieron curiosos, pero la hora de la charla se acercaba y teníamos que estar allí presentes, pues para eso habíamos emprendido tal viaje.
La conclusión es la siguiente: recomiendo a todo el que no haya visitado Sevilla que la visite y camine por las mismas calles que lo hice yo ayer. Disfrutarán, y si les gusta el arte, mejor. Y una advertencia, valiosa: hace mucho calor, mucho, así que despójense de abrigos y añadan a su vestidura ropa fina.