Para conocer una estancia como era entonces, cuando el río Salado era la frontera mano a mano con el indio, hay que correrse hasta La Rica, cerca de Chivilcoy. El establecimiento lleva el mismo nombre que el pueblo vecino. En realidad es al revés, fue el pueblo el que se desplazo detrás del ferrocarril.
Originariamente, la avenida de paraísos –hoy reemplazados por aromáticas soforas y robustos liquidámbares- de la estancia de Don Manuel fue el primer esbozo de esa pujante localidad. Con pulpería, mercería, herrería, tambo y 25 familias establecidas, La Rita fue fundada por Manuel López (padre) en 1878, pero hizo falta el pulso firme del M.E.L –como rezan las rejas labradas de la puerta principal- para conseguir el desarrollo que supo conseguir a comienzos de este siglo.
Más que una invitación a las envolventes caricias del ocio, La Rica es un irresistible viaje en el tiempo, que se inicia a pie, haciendo crujir los pisos anchos de tablones que huelen a cera y sigue afuera asomándose a los aljibes, epicentros de los patios que reúnen la glicina. Sin mucho esfuerzo se remonta uno a aquella época, anterior a las paredes de la casa, en que Rivadavia cedía por la Ley de Enfiteusis a los blancos las tierras que eran dominio del indio. Aquí, basta saber hay túneles cavados en varias direcciones por si el malón acuciaba, para dar crédito a la leyenda del temible cacique Calelian.
La Rica llegó a tener 18.000 hectáreas, de las que hoy quedan 500 en manos de Ema T. Aguirre y su marido. Ambos los recibirán de brazos abiertos y les mostraran sus alrededores. Huerta, molino con sistemas hidráulico original, carro, caballos y lo mejor para el final: el jardín, que es literalmente, el jardín de los senderos que se bifurcan. Fue diseñado por Charles Thays y está su firma de casuarinas y magnolias, alta y florecida, pero también la vegetación irrefrenable que en poco tiempo amenazo con cubrirlo todo. El resultado de la lucha hombre-jardín es ese conjunto de magníficos laberintos que conducen, por ejemplo, a la glorioso piscina. Rodeada también de verde profuso, los chapuzones matutinos tienen un clima secreto que parece más propio del trópico que de la pampa húmeda.
En la pérgola de los olores, diversos tipos de jazmines invades con su perfume el resto del jardín. Allí todavía esta el cartel de “Los Cisnes” que dejo el equipo de filmación de El Impostor, la película basada en el cuento de Silvina Bullrich que protagonizaron Walter Quiroz y Antonio Birabent. Al decorado perfecto que constituye el casco de la estancia, los patios floridos de hortensias y leyendas de fantasmas –mujeres de blanco que deambulan por la noche (en cualquier estancia que se aprecie, el espíritu blanco no puede faltar)- convirtieron a La Rica en el escenario viviente de un clima de novela. Parece que el rigor de M.E.L. era tal, que los muertos que cargó en su conciencia aun circulan por ahí, aunque aparentemente sólo pueden ser vistos por los miembros de la familia.