Si empezamos un paseo imaginario desde los Dardanelos hasta Gibraltar comenzaremos viajando por Grecia, un país marino por excelencia, donde cada paso que des, te lleva a un grano de historia. Antes de tocar la península, el viajero vislumbrará una variedad de islas: Corfú, Miconos, Lesbos, Milo (donde se halló la famosa Venus, hoy expuesta en el museo del Louvre), Rodas y tantas otras, de pueblos encalados y de pescadores sobre el azul mediterráneo.
Creta, la mayor, es en si misma una civilización. País de reyes de leyenda, tiene en los restos del palacio de Cnosos, con su laberinto de Dédalo y la puerta de los leones, muestras de lo avanzado y refinado de esta cultura. En la península veremos a Atenas, la gran cuidad de marmol del Peloponeso, lugar para pasear, caminar, tomar el sol junto a ruinas imperecederas: la Acrópolis, que domina la ciudad, y, en su cúspide, el Partenón de Fidias; templos y museos como el Nacional, que abarca colecciones de toda la historia griega, desde el Neolítico hasta la época romana.
En el Pireo, los restaurantes y las tabernas típicas merecerán una visita para probar el vino resinoso. Dionisos enseñó al hombre griego a cultivar la vid y a hacer el vino. La Iliada y la Odisea están plagadas de referencias al néctar de los dioses.
Corinto, la de las uvas pasas, se constituye en la bisagra del Peloponeso, aquí se condensa Grecia y donde será inexcusable visitar Esparta y Olympia.
Abandonando la península helénica hacia el mar Adriático visualizamos Albania, país montañoso muy poco conocido y difundido pero hermoso; luego observamos la Yugoslavia costera, con las novecientas islas e islotes dálmatas y las espléndidas playas montenegrinas. Aquí no podrás escapar a probar el kéfir (fino requesón), los excelentes quesos yugoslavos y una páprika que poco tiene que envidiar a la húngara.
A la otra orilla del Adriático, Italia. Si en otros países una ciudad bastaba quizá para resumir a todo un pueblo, aquí la atención se dispersa en multitud de ciudades y paisajes tan bellos como diversos. Toda Italia es un homenaje al arte, con su estallido en el Quattrocento, cuando, bajo el impulso de los Médicis, un tropel de artistas geniales renovarán formas y técnicas. La enorme diversidad, característica del arte italiano, unida a la abundancia de lugares que merecen ser visitados, harán que el viajero no sepa literalmente adónde acudir.
Si limitamos nuestra imaginaria visita al litoral, no podemos perdernos Venecia “la perla del Adriático” con su famosa plaza de San Marcos, el Gran Canal, la Galería de la Academia; la siciliana y pujante Palermo; Nápoles; Pisa, con su famosa plaza del Duorno, con la Torre Inclinada y el Baptisterio; Génova, reconocible por sus muchos palacios y callejuelas.
El arte culinario se destaca también en la bella Italia, la cocina italiana exige ser saboreada en el mismo sitio, bajo el radiante sol y los aires italianos. El pescado, las pastas (macarrones, pizza, ravioli), el arroz, los embutidos (mortadela de Bolonia) y, como en toda el área mediterránea, el ajo, el tomate, el aceite y como no el vino y el hoy famoso vermut, invento italiano que es hoy aperitivo internacional.
En Sicilia, isla de la que Goethe dijo: «No se puede tener una idea de Italia sin ver antes Sicilia», el viajero deberá detenerse aunque solo sea para saborear unos caracoles de mar.
La Cerdeña italiana y la Córcega gala, montañosas, agrícolas y ganaderas, servirán de tránsito hacia la Riviera, desde La Spezia a Saint- Tropez, costa célebre por sus paisajes y sus suaves inviernos, que hacen que allí se concentre el turismo.
En la Costa Azul, el principado de Mónaco, con su célebre Casino y el Museo Oceanográfico, con las mejores colecciones mundiales de flora y fauna marítimas; San Remo, Cannes, Saint-Tropez. Imaginamos con estos nombres el lujo y glamour de la vida de artistas y famosos, donde lo excéntrico halla un espacio.
Marsella, primer puerto comercial de Francia, despedirá de tierras galas nuestro imaginario periplo, ofreciéndonos su cocina provenzal, única en el mundo, prototipo de la mediterraneidad v su bouillabaisse, la sopa que guarda en su seno todo el sabor del mar.
Ya en tierras españolas el viajero podrá descansar, llegando al final del periplo mediterráneo: el estrecho de Gibraltar o Columnas de Hércules como le llamaban los antiguos viajeros. En España gozarás de los embutidos catalanes, los arroces de Valencia y Murcia, la Gamba tradicional, la ensaimada mallorquina, el gazpacho, el pescado frito y como no, de los tradicionales y olorosos vinos de la península ibérica, tan queridos y cotizados en tiempos de los romanos y en épocas actuales.
Créditos:
imagen 1: obtenida de Wikipedia, subida originalmente por Glen Larson.
imagen 2: obtenida de Wikipedia, autor: Benutzer:Erlenmayr.
2 comentarios en «Un paseo de vistazo por la costa mediterránea europea.»